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Monday, November 12, 2018

EL ESNOB. BOUTIQUES DE CARNES

EL ESNOB. BOUTIQUES DE CARNES


   En su camino al trabajo el hombre pasaba frente a un restaurante- aquí en Buenos Aires le llaman “Restó”- y soñaba algún día comer aquella carne que solo los Dioses podían paladear.

  Cuando cobró su primer salario fue en busca de un barbero pero sólo encontraba letreros lumínicos que llamaban a los clientes a cortarse el cabello con un “Coifer”. Él, que procedía  montaña adentro de un país caribeño donde al barbero se le llamaba barbero y al local barbería, le confundían estos nombres.

  Lo atendió una linda chica que le preguntó cuál era el tipo de corte de pelo que deseaba. Al ver al cliente dudoso ante tanta atención le acercó un catálogo a color con jóvenes occidentales, hermosos y con diferentes cortes.

   El hombre eligió uno que estaba a la moda en su país de origen y que a la vez concedía abrirse a la moda reinante a su alrededor.
  _ ¿Pero dónde está el Coifer?- preguntó.
  Era todo su derecho pues él era quien pagaba el servicio.
   - ¿No es algo como un  francés o belga?
   -No. Señor, Así llaman ahora a los lugares unisex donde cortamos el cabello, principalmente a las mujeres adineradas.
  -Proceda. Chica. Proceda.
  Cuando el corte estuvo terminado le mostraron el corte de cabello en el espejo. Se miró bien y le gusto el resultado. Ya iba a  sacar el dinero de su cartera cuando la chica le dijo:
  -¡Las cejas. Las cejas. ¿No quiere que se la depile?.
  El hombre sintió que aquello era un atentado a su hombría y contestó.
    -No señorita. Mis cejas no se tocan.
   - Qué lástima. Tan pobladas que las tiene. Las cejas son el marco del rostro.
   - Lo siento señorita, pero eso es para maricas.
     El hombre, casi ofendido, se puso de pie, pago con su tarjeta ‘plástica- la sacó del bolsillo como si desde su nacimiento solo sacara tarjeta de platino del pantalón-y se retiró.

   Esa noche se vistió con un traje azul- el único que tenía-  de segunda mano y una corbata roja y se dispuso al fin a disfrutar de la boutique de carnes que solo se exportaban.

  Al entrar en el “Resto” todo el mundo hizo silencio y lo miraron´. El mozo, oliendo una buena propina se precipitó a buscarle una mesa con buena vista. Parecia que había entrado el Duque de Holanda o el Príncipe Carlos. Tanto lo miraban.

  Con el rabillo del ojo estudio a los demás comensales. Proliferaban las rubias teñidas con la cabellera larga y como si acabaran salir de la piscina o de la playa. Vestidas de túnicas blancas mostraban despreocupadas hasta el nacimiento de los muslos y sus esposos o parejas, en bermudas de caqui, no se quedaban atrás.

  Identificó varios idiomas, el alemán, el brasileño y algunos argentinos. Como el hombre permanecía callado pensó que lo tomaban por un millonario de Noruega o de Islandia. Le empezó esa enfermedad que se llama esnobismo.

  Cuando el mozo le dijo en puro acento argentino qué iba a beber, el hombre le dijo:

  -¿Dígame la cava de bebidas que tienen?

   -Bueno… eh… eh… Venga por aquí y le muestro para que su señoría escoja.

    La creciente descarga de esnobismo le recorrió todo el cuerpo y se sintió abrumado pero a la vez alegre.

    Lo condujo a una vitrina de bebidas. Habían cervezas de nombres muy criollos como “Doña Pepita” “Escaramuza” “Toña”

  -Demasiado vulgares- se dijo el hombre para sus adentros.

  Y vio una botella que le recordaba un nombre alemán “st…”

  La señalo con un dedo y volvió a su mesa. Al rato llegó el mozo con la botella sudando de lo fría que estaba. Se la sirvió en una copa grande.

  El hombre la degusto lentamente. Sabía a rayos. Era amarga y como hecha de agua de mar. Pero la bebió sin queja como si ya estuviera acostumbrado a esa marca.
  Pero la crisis de esnobismo no terminaba.

  Cuando llegó el turno de la carne. El hombre esperaba  un buen churrasco envuelto en cintas de colores y con un gorrito del equipo de fútbol local. Así lo había soñado e imaginado.

   Era un simple churrasco del tamaño del plato, con lechuga y tomates. Desilusionado el hombre engulló toda la carne. Era jugosa, tierna y parece que de vacas criadas en laboratorio.   
         
  Comió sin agitarse, masticando con la boca cerrada y apaciblemente. Los demás hacía rato que habían dejado de mirarlo.

  Cuando terminó. Pidió un refresco y el mozo le dijo que cuál era de su gusto. Al ver dudoso al cliente lo llevo de vuelta a la vitrina de refresco. Vio los comunes que estaban en todas partes. Entonces noto una marca que nunca había bebido y que parecia embotellada lejos pero muy lejos.

   -Deme esa. La Schw…

  Ya en la mesa, grande fue su sorpresa al ver que el refresco era una simple limonada con gas. Se desinfló el ataque esnobismo y pagó con todo el resto del salario del mes que le quedaba en la tarjeta plástica.

  Al volver a casa- la verdad que el churrasco estaba sabroso y junto a la copiosa ensalada- tenía el abdomen como una bomba. Sintió un gas que pugnaba por salir y en su lugar un chorro de caca le corrió por las piernas.

  El hombro tranquilamente se dirigió a donde vivía, oliendo desagradablemente y se dijo:

   -“Simplicidad. Simplicidad. Es lo que hace  a un hombre feliz”   


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