LA BRUJA DUEÑA DE SUPERMERCADO PUNTAESTEÑO.
Érase una mujer ya entrada en años dueña de un supermercado de
esos llamados “golondrinas” o sea, que abren solo en época de verano cuando
viene el turismo.
Un hombre, cliente habitué del servicio,
siempre compraba quesos, jamón, baguette y otros artículos.
Una tarde, bajo un calor abrazador, fue como
siempre a adquirir su pan y jamón que eran su dieta especial por las tardes.
Gastó como 300 pesos pero le faltaba UN peso para completar la cifra.
La bruja, porque de otra manera no se podía
llamar a aquella vieja que lloraba por un simple peso le espetó:
-Falta un peso.- le dijo con voz amenazante.
El hombre revisó su cartera minuciosamente y
no encontró la dichosa moneda. Y le dijo a la mujer:
-Disculpe. Pero se me olvidó traer menudo.
-Pues tráigamelo hoy mismo a más tardar
mañana.
El hombre, avergonzado entre tantos clientes
recogió su compra y se marchó.
Ya en casa estaba inquieto.
¿Cómo ser tan avara por un simple peso? Le atacó un furor psicótico y buscó en
su cartera un billete de 20 pesos y se
dirigió al mercado.
La bruja, digo la mujer, había dejado su
puesto detrás de la caja registradora y conversaba con algunos clientes. El
hombre, billete en mano, la interrumpió y le dijo con voz firme:
-Aquí tiene el peso que le faltaba. Tome los
19 restantes pues se ve que a usted le hace más falta que a mí.
La mujer dijo:
-Pero. Pero. Pero.
El hombre dio media vuelta y se marchó. La
bruja quedó contenta con los veinte pesos de más que le había requerido al
hombre.
En el infierno hay un lugar especial para
este tipo de comerciante: le hacen comer monedas ardientes pero peor es
cagarlas.
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