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Monday, July 29, 2019

LA BELLA AZUCENA Y SU MARIDO HELENA.

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  LA BELLA AZUCENA Y SU MARIDO HELENA.

  Esta historia transcurre en Montevideo hace pocos años. En un condominio de  apartamentos rodeados por una verja de seguridad  se muda un hombre ya maduro y recién salido del hospital.

  Se pasaba el día en cama y abría las cortinas  de sus amplios ventanales a dormir en calzoncillos sin importarles lo que los demás vecinos dijeran al pasar. Los apartamentos  formaban como un círculo alrededor de una explanada de césped bien cortado donde las familias, por turno, hacían los asados los fines de semanas.

  El hombre maduro no salía a ninguna parte ni se relacionaba con nadie. Un día mientras orinaba en su baño un mareo lo hizo caer  sobre la bañera y de su boca salio un grito desgarrador. Enseguida acudió un grupo de  mujeres. Y entre ellas, una fuerte como un oso lo levantó con una sola mano y lo puso de pie. Las demás mujeres trajeron una silla, ya afuera de su habitación, y lo examinaron alborotadas. La  chica oso fue al grano.

 -Tiene un gran chichón aquí en la cabeza. Busquen hielo y coloquenlo sobre este.- dijo con resolución.

  Otra chica, de cabello rojo, figura delgada,  muy bella y femenina, trajo hielo y se lo aplicó con un pañuelo al señor sobre el mencionado chichón.

 Llamaron por el Cell a la hija del señor quien rauda dejó su trabajo y llegó alarmada a ver a su padre.

  El señor ya estaba recuperado y no quería ir al Hospital.

  Esa noche se efectuaría un asado en la explanada común por  parte de las dos chicas. Adornaron todo el recinto con velas protegidas del viento y guirnaldas de papeles brillantes por todos los apartamentos.

 Invitaron al señor, ya recuperado, a participar en el asado nocturno.

  -Es que lo vemos tan solo, con solo su hija que lo visita  cada vez que el laburo se lo permite que decidimos que sea nuestro invitado de honor.

  -Estoy muy agradecido a vosotros. Son unas chicas muy amables.

  La chica que parecia un oso, de pelo corto, torso amplio, piernas medio torcidas por sostener mucho peso y de hablar ronco, le dijo al Señor:

  -Es un placer Mr. V… Déjenos presentarnos. Aquí esta es mi esposa Azucena y yo su marido Helena. De ahora en adelante no confunda nuestros roles ¿Está claro?

  El señor dudó por unos segundos. Nunca había visto a una pareja de mujeres que se sintieran tan orgullosas de pregonar al mundo su relación.

-¡Ahh…! No se olvide del asado esta noche. Es nuestro invitado.

  Y se marcharon.

  Esa noche el señor se sentó alrededor de una amplia mesa mientras las chicas asaban la carne, otras vísceras y verduras en la parrilla.

  El señor conoció a los demás vecinos. Gente agradable que le gustaba conversar y enseguida conocieron todo o casi todo de Mr. V…

  Comió su asado y bebió de una pequeña botella de cerveza. Estaba feliz.

  De repente Helena -el marido de Azucena- sacó una guitarra y comenzó a entonar una canción en Ingles. Su dominio del idioma le dijo al señor que la muchacha procedía de Miami o New York pero sus raíces eran latinas.

  El señor quedó embelesado con su voz profunda y rasgada, como si sacara del alma un dolor profundo. Le recordó a la cantante negra norteamericana BILLIE HOLLIDAY cuando estaba dominada por el alcohol y las drogas.

  Aplaudió con todas sus fuerzas, conmovido. Y le dijo:

   -Pero vos parece una profesional. Deberías ofrecer tu talento en teatros o clubes prestigiosos.

  Ella abrió su boca con una estruendosa carcajada.

   - Vamos Mr. V... Si yo soy un simple sanitario. Con eso me gano la vida y es suficiente para mantener a mi esposa.

  Días después la veía llegar en su moto con un cinturón a la cintura con destornilladores, pinzas y otros objetos propios del oficio, mientras Azucena la recibía en la puerta con un simple beso.

   Un día se fueron a Miami. Y estuvieron ausentes como dos meses.

  Una mañana Azucena apareció sola y un poco triste. El señor no quiso preguntarle nada. No era de su  incumbencia. 

  Pero estaba triste la Azucena. Extrañaba a su marido Helena.

  El señor le pregunto una tarde días después:

 -Azucena. Se te ve triste.

 - Ya pasará. Ya pasará. Mr. V…

  Y siguió su camino.

    Una noche sus amigos le hicieron una fiesta frente a su puerta para disipar su estado depresivo. Azucena, bajo el efecto de la bebida, comenzó a gritar:

 -¡Helena! ¿Por qué me traicionaste, puta mala? ¿Por qué me juraste amor eterno? ¿Dónde está el amor ahora? ¿A quién otra se lo entregaste? ¡Te extraño, mi amor. Te extraño!

  Y lloraba desconsolada.

  Los amigos la llevaron a la cama. Estaba borracha.

    El señor presenció todo  desde su ventanal. Y se dijo:

  -¡Hay amores. Hay amores! Que solo unos pocos comprenden.


                                     ORLANDO VICENTE ALVAREZ         

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