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Wednesday, July 4, 2018

CUENTOS DE PERROS: DIRKA

          CUENTOS DE PERROS REALES: DIRKA

    En casa teníamos una Pastora Alemán a la cual llamamos Dirka. Primero era una  cachorra de color miel y al crecer le nació una melena Blanca como un león. La sentíamos  como parte de nuestra familia y dormía bajo nuestras camas.

   Era una perra tranquila que no ladraba a las visitas ni a los extraños. Cuando íbamos a la playa en la camioneta de Papá yo la ataba con una cuerda para que no asustara a los demás niños y adultos que tomaban el sol o chapoteaban cerca de la orilla. Luego se sacudía y echaba una siesta bajo la camioneta.
    Cuando íbamos al campo o la playa ella ya sabía y antes de nosotros montar las canastas con los alimentos ella ya estaba ubicada en  la parte trasera del vehículo como presintiendo que íbamos de excursión o a algún lugar donde podría correr libremente.
   Era una guardiana persistente y vigilante, cuando mi padre venía a almorzar ella se quedaba al lado de la puerta de la camioneta y no aceptaba que nadie se acercara, excepto Papá.
    Cuando llegó la época de celo, la casa se llenaba de perros chicos de la calle que entraban por el garaje seducidos por el aroma que Dirka  destilaba e iban atraídos como abejas a las flores. Pero ella, orgullosa, no les prestaba el menor caso, pues parece que esperaba su pareja ideal.  Hasta que trajimos un perro de un vecino, también Pastor Alemán y a ese sí lo aceptó. Yo escuchaba el acople pero sentía vergüenza mirar. Solo oía al  factor masculino emitir silbidos de placer. De Dirka: silencio.
   Pasaron varios años y una mañana nuestra querida perra amaneció acostada en el patio. Tenía convulsiones de vez en cuando.
    - ¡La envenenaron Papá La envenenaron!
    Todos la rodeamos con lágrimas en los ojos. Papá dijo:
   -No es eso. Es que llegó al final de su vida. Simplemente está muriendo.
   -No puede ser- dije yo.
   -¡Dirka. Levántate. Mira un gato.
    Nuestra perra se incorporó y dio un trote o saltando hasta el garaje y allí se derrumbó.
    -Lo siento hijos pero Dirka ha muerto.
     En eso mi sobrina, que era vecina nuestra y estaba en plena adolescencia- mucho amor que dar y mucho que recibir-llegó y abrazó la perra sollozando- y con esfuerzo la cargó en sus brazos como si un ser humano o un niño querido se tratara.
  Al final del día envolvimos a Dirka en una frazada vieja y la llevamos en la camioneta fuera de la ciudad. Toda la familia fue con ella darle su último adiós.
   La enterramos bajo un árbol de ceiba para que nadie escarbara, animal o persona, descubriera sus huesos.
   Volvimos en silencio a casa. Nadie habló. 
    Cuando se es joven se aprende de estas cosas, que nada es para siempre y que tarde o temprano todos los seres queridos se van.   
                                      AUTOR: Orlando Vicente Alvarez

                                                  Autor de la novela: HISTORIA DE UN NIÑO GUANTANAMERO.

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