Fiasco izquierdista chileno
Si alguien en octubre de 2019 hubiera llegado del futuro a Santiago de Chile y hubiera explicado que toda la revuelta popular que se estaba empezando a conformar iba a tomar un giro violento primero, dramático después, y ridículo finalmente, nadie le hubiera creído. Sin embargo, eso es lo que definitivamente ocurrió en Chile con los resultados del plebiscito constitucional del pasado domingo 17 de diciembre.
Hay que hacer un poco de memoria. El segundo triunfo presidencial de Piñera a fines de 2017 no fue bien aceptado por la izquierda chilena. Además, con una clase media impaciente de mejoras económicas y sociales que parecían estancadas con relación a la velocidad y profundidad de los cambios generados entre 1990 y 2010, las respuestas del gobierno defraudaron. En octubre de 2019, un par de incidentes menores terminaron generando dos fenómenos paralelos: por un lado, un enojo ciudadano palpable y extendido; y por otro lado, una organizada, amplia y subversiva acción terrorista que procuró quebrar la legitimidad democrática y atacó infraestructuras y autoridades estatales con saña.
La solución que un sistema político chileno tan agobiado como sorprendido encontró para salir de la crisis fue un verdadero pase de magia: se planteó un amplio acuerdo nacional con el objetivo de cambiar la Constitución de Chile. Se hizo hincapié en su origen de 1980 y el malhadado régimen de Pinochet, y se dejó de lado que luego también había sido objeto de grandes y muy legítimas reformas - entre las cuales las destacadas del año 2005 bajo la presidencia del socialista Lagos -. En cualquier caso, la promesa del cambio apaciguó un poco los espíritus, a la vez que dejó al presidente Piñera como una figura decorativa en La Moneda.
Todo el proceso de elección de convencionales constituyentes de 2021 y de valoración popular del proyecto planteado terminó en un amplio rechazo de más del 60% de los chilenos. Esto quiere decir que toda la movida política y social de 2019, traducida en el sueño de una nueva constitución, terminó liquidada por el mismo pueblo quien, en las urnas, significó claramente que el proyecto constitucional izquierdista resultaba un profundo error. Empero, la izquierda no quedó contenta con ese rechazo, ya que hacía quedar vigente a la misma Constitución de 1980 a la que se le achacaban muchas responsabilidades por el malestar del país. Y Chile decidió meterse, por segunda vez, en un proceso constituyente.
Hubo nuevamente elecciones para consejeros constitucionales en mayo de 2023. Pero, a diferencia del primer proceso que dio una enorme mayoría a la izquierda y a sus grupos afines, esta vez el pueblo decidió virar radicalmente de rumbo: le dio un enorme apoyo a la derecha, de manera que la constitución que se plebiscitó en diciembre pasado terminó estando mucho más marcada por ese signo político que la vigente del año 1980. El devenir político del segundo semestre de 2023 fue así de una ironía pocas veces vista en la historia política sudamericana: la izquierda, que había iniciado un gran movimiento para cambiar las instituciones en 2019, terminó prefiriendo mantener la Constitución de 1980 -¡la siempre denostada por ser de Pinochet!- antes que votar aprobar al nuevo proyecto que era muy derechista a su gusto. El pueblo votó en diciembre: ganó el rechazo al nuevo proyecto en una proporción cercana al 55% del total.
Entre 2019 y 2023 una gran parte de la izquierda chilena pasó así de una violencia radical en las calles, que estuvo a punto de llevarse puesta la institucionalidad del país; a un proceso dramático de discusiones constitucionales, que fue contundentemente rechazado por el pueblo ya que tenía un signo extremista de izquierda completamente excedido; y cerró finalmente con el ridículo más absoluto de llamar a apoyar la Constitución de Pinochet de 1980 para evitar un giro institucional hacia una derecha más radical.
Es difícil encontrar tanta torpeza política junta. Pero queda por delante algo más: el presidente Boric, que poco menos que es la reencarnación de Allende para la izquierda uruguaya, está con una bajísima aprobación de gestión. A raíz de ello, lo más probable es que para las presidenciales de 2025 termine ganando un candidato proveniente de la derecha: exactamente lo mismo que ocurrió en 2017, sólo que esta vez trabajará con una Constitución, “la de Pinochet”, con una enorme legitimidad ya que fue preferida dos veces en las urnas por el pueblo. La izquierda chilena habrá terminado de mostrar así que es un fiasco total.EL PAIS UY
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