Cuando ya no exista ni esta mesa ni esta lámpara, y más tarde aun, cuando ya nadie recuerde mi nombre, ni mi casa ni el nombre de mi calle, pido a Dios que me escuche para que ustedes mis apuntes sigan viviendo, ultrajados, rotos, desteñidos, pero todavía vivos en algún lugar; y si alguien los encuentra, los levante, cosan vuestras heridas y nuevamente canten a la vida (mi vida).
Entonces si volverá a latir mi corazón.
Ahora mientras puedo ver el final de mi ciclo vital tan bien como suponiendo, me doy cuenta de que solo tengo una vida por vivir, una historia que contar de la cual no soy solo parte sino que también que ayude a conformar a otros.
En todo este tiempo que he creído o creo que más que ser de Dios es estar con Dios.
Debemos buscar a Dios pero no podemos ser encontrarlo; solo podemos ser encontrados por Él. Creo que orar no significa pensar en Dios sino pensar o vivir en presencia de Dios.
Todos nuestros actos deben originarse en la Oración.
Orar no es una actividad aislada sino que es en medio de todas las cosas y todos los asuntos que nos mantienen activos.
La oración, que puede ser tomado como un dialogo egocéntrico, se debe tomar como un dialogo cuyo centro es Dios.
Cuando encontramos a Dios en la silenciosa intimidad en nuestra oración, también lo encontramos en el campo, en el mercado, en el pueblo o en la cuidad.
Pero cuando no lo encontramos en el centro de nuestro corazón, no podremos encontrarlo en la actividad de nuestra vida cotidiana.
Que esta historia ayude en algo a da conformar a otros.
Así sea.
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