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Tuesday, December 29, 2020

Schopenhauer escribió El dilema del erizo o La parábola de los puercoespines ateridos.

 

En 1851 y a propósito de las trabas en los vínculos sociales, Schopenhauer escribió El dilema del erizo o La parábola de los puercoespines ateridos.

Dice así:
“En un crudo día invernal, los puercoespines de una manada se apretaron unos contra otros para prestarse mutuo calor. Al hacerlo, se hirieron recíprocamente con sus púas y hubieron de separarse. Obligados de nuevo a juntarse por el frío, volvieron a pincharse y distanciarse. Estas alternativas de aproximación y alejamiento duraron hasta que les fue dado hallar una distancia media en la que ambos males resultaban mitigados”.


Freud recurre a esta cita para mostrar cómo nuestros vínculos están caracterizados por la ambivalencia entre el amor y el odio. Al fin y al cabo “toda relación íntima con cierta duración deja un depósito de sentimientos hostiles en los involucrados.”


Más tarde, el psicoanalista Jacques Lacan usaba el término de extimidad. Con él se refería a que el resorte de ese ir y venir en el vínculo con los otros no se debe buscar fuera, en ellos, sino en nuestro propio interior.
Alude a aquello más íntimo de cada uno de nosotros. Aquello que, sin embargo, nos resulta irreconocible porque no nos gusta y situamos en el exterior. Como un cuerpo extraño.
Los niños aprenden antes el “no” que el “sí”. Expulsan aquello que odian de ellos mismos, lo que no les hace amables para el otro (sus gritos, tristeza o malhumor).
Así, constituyen una primera frontera psíquica, diferenciando lo interior de lo exterior, imputando al otro (extranjero) lo que rechazan. Nos acercamos y alejamos de los otros en función de cómo soportamos nuestra propia extranjeridad, ese odio-de-sí-mismo. Tan humano y tan primario.
El miedo a tocarnos es una fobia a nosotros mismos. El secreto que no queremos comprender es que somos puercoespines para nosotros mismos. Nos contaminamos solos, aunque al alejarnos tengamos la ilusión de que es el otro el contaminante.
El virus del que huimos es el que nos parasita como temor por todo aquello que nos angustia y no podemos resolver. Como esos adolescentes que reprochan con acritud a sus padres todas las limitaciones que experimentan. Como si no fueran con ellos, en lugar de hacerse cargo de esos imposibles.


*José Ramón Ubieto Pardo /La hafefobia y el dilema de tocarnos o no tocarnos
Profesor colaborador de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación. Psicoanalista, UOC - Universitat Oberta de Catalunya
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